Je ferai un domaine
Où l’amour sera roi
Où l’amour sera loi
Où tu seras reine
J.B
Todo
es tan complejo y suave en la ciudad de los templos, plazas públicas donde los
pasos se aligeran, donde la voz de los que las cruzan, recaen en sus baldosas con
diligencia sublime. Demasiado pronto es todo esto para mí. Las miradas nos ven,
y sus opiniones convergen, cortan como cuchillos, nos irradian un calor y una
vibra negruzca, amor mío.
En esta ciudad nada es fijo, todo es
cambio, todo lo es conversión. Sus murallas son pintadas varias veces, sus
colores cambian y rocíos vivaces de tintes recaen vandálicos y furiosos por sus
bloques. Las nubes así se aglutinan como se desvanecen, de un momento a otro el
sol nos baña, luego la noche, luego el silencio y así sucesivamente.
Damos
algunos pasos, subimos por una calleja; a nuestra diestra pasa una alemana con
su bicicleta, divisamos a un niño regordete jugando con un carrito de juguete,
entonces nos detenemos y nos miramos con una complicidad y un deseo tan
trasparentes que en éstos podría nacer el sucesor de nuestras memorias. Tan
bello nos miramos, que con dicha substancia Dios podría limpiar los grafitis y
pulir los monolitos.
Y
es que, amor mío, en la ciudad de los templos las campanadas suenan casi
siempre, pero el sonido no es molesto, llega uno a acostumbrarse tan rápido que
en un momento, aquel repique se vuelve tan natural como el canto de los pajaritos.
Subimos por aquel callejón y ves a mi fantasma sentado, aquel que fui hace un
tiempo, sonríes porque ahora me tienes en tus manos e inmediatamente el escueto
espectro de lo que fui se vuelve tangible. Nuestras manos están enredadas, vamos
trotando a modo de cadetes, no sé hacia dónde vamos, o en qué punto nuestros
pasos nos llevan más allá de este bello orbe.
Amor
mío, esta noche que no duermas a mi lado cruzarán mil imágenes tu mente, en tus
pensamientos se hallará un licuado de memorias, algunas débiles, otras
desgarrantes, tu vida, tus problemas, las situaciones de aquellos que habitaron
antes que tú; debe ser complicado, amor mío, ser la princesa de la ciudad de
los templos, ser la elegida no para gobernar a aquellos, tus sirvientes, sino
para regir y cargar su peso, cargar el dolor y la nostalgia, portar con el
sufrimiento y balancearlo, balancear y
velar por los sueños de aquellos que como yo, reposan o reposaron en tu
pecho, durmieron en tus brazos, murieron en tu piel.
Princesa:
aunque esta noche cruces aquel abismo de disertaciones, aunque la noche y los
momentos turbios tengas que cargarlos para así purificar todo el sitio, aunque
no duermas a mi lado, te aseguro que estaré contigo, podrás escuchar mi latido,
podrás recibir mis besos si abres dos centímetros la ventana, llegarán como
mariposas o luciérnagas y se refugiarán en tu cabello, y entre aquel convoy de
malas ideas, y dolores, entre todo aquel sufrimiento, aquellos besos alados que
te he de mandar, neutralizarán tu dolor y lo harán nuestro.
Todos
sufren poco o mucho en estos dominios, pero sufrimos más nosotros, sufrimos y
disfrutamos tanto nosotros, porque los demás no pueden entender nuestro amor.
(Ellos
no pueden entender que te necesito conmigo, que te deseo a mi lado, que la
electricidad de entre nudillos que gestamos se vuelve un motor importante para
nuestra vida) ¿Qué saben ellos del amor, carajo, y también qué saben las
callejas del amor?
Los ojos de los que habitan la ciudad de los
templos nos recortarán, sus navajas visuales nos han de tallar la suela de los
zapatos.
Ciudad
de los templos, ciudad de los tiempos, de la temple y la quintaesencia, de
aquello que somos tú yo, templo, templo, tempestad. Ciudad de dominios y
caminos laberínticos donde habremos de andar a paso veloz. Luminosa calma,
escucho que viene, mujer, porque al menos las nubes se han de acostumbrar a
mirarme contigo, porque al menos el sol, porque al menos las estrellas, porque
al menos la naturaleza, amor mío, después de una corta estancia darán por hecho
y aceptarán finalmente mi victoria entre tu cuello, y nuestros abrazos se
camuflarán entre el repique de templos, las lágrimas de los ríos y tu reflejo
junto al mío en cualquier espejo de entre sus calles.